Chicamocha
Por Alonso Velásquez Claro (Nano)

 

Caminamos ahora por la senda
del hermoso Cañón del Chicamocha,
donde el cielo se abraza con la tierra
y los cactus reemplazan a las rosas…

La Laguna de Ortices nos remonta
en medio de escarpados callejones,
por el Cañón del Guaca donde forman
su reino, milenarios "Barrigones"

Sus profundas raíces nos asombran
y hasta parece que tuviesen alma,
en ellas se reflejan victoriosas
las gestas del honor, santandereanas.

Aquí el viento modela silencioso
un paisaje de luz en las mañanas;
la majestuosa efigie de un coloso,
o el rumiar perezoso de las cabras

Al pie de las montaña, rumoroso,
el Río Guaca se viste de esperanza
camino a Cepitá donde amoroso
lo espera El Chicamocha en lontananza…

Seguimos escalando sigilosos
la agreste geografía de la comarca
hasta llegar en medio de alborozos
a la vereda El Basto, que se llama

Allí, alejados del mundo novedoso,
tejedores de fique y de añoranzas
lo convierten en medio del asombro
en costales teñidos de nostalgia.

 

Hilanderas de ancestros orgullosos
que entrecruzan los hilos con la gracia
de unas manos que ignoran el reposo
y un oficio feliz que no les cansa

Por San Miguel cruzamos despaciosos
Sobre el puente en que otrora funcionara
La cabuya, un sistema que ingenioso,
permitía transportar gentes y carga

En Perico montamos temblorosos
la polea que por cable nos transporta
de una orilla a la otra temerosos,
sobre el espejo límpido del agua

A lo largo del viaje fatigoso,
encontramos la sombra de una casa
donde inclina José su viejo rostro,
al despepar las flores de Jamaica

Reanudamos la marcha presurosos
con rumbo a la colina señalada,
donde está Cepitá maravilloso
vigilando la paz de la montaña.

Llegamos al final con el honroso
placer de haber cumplido la jornada
y al alzar nuestros brazos victoriosos
cambiamos por un gesto las palabras…

Floridablanca, noviembre 18 de 2009.


 Siempre habrá un claro en el bosque, en la montaña o en el rio que dé sentido a nuestras metas, que llene de contenido los interrogantes más antiguos y universales; siempre habrá un horizonte hacia el que avance la mirada serena, una tarde del tiempo en la que disfrutemos de la libertad y seamos conscientes de ella, de los profundos milagros que en nuestro ser íntimo puede llegar a provocar el contacto con la naturaleza. Renunciar a ello sería como perder la lucidez y sumergirse en el anonimato de una esclavitud voluntaria. Nano