Se
conmemoran hoy 211 años del nacimiento del presidente Francisco de Paula
Santander, el más ilustre de los colombianos. Conste que en forma expresa
utilizo la denominación de presidente y no la de general, porque aunque
es cierto de toda certeza que Santander realizó una corta y brillante carrera
militar que inició el 26 de octubre de 1810, como subteniente abanderado
del batallón de infantería de Guardias Nacionales y culminó
con honores en la batalla de Boyacá, luego de la cual alcanzó el
grado de General de División, también es cierto que su mayor gloria
la logró como encargado del poder ejecutivo, primero como vicepresidente
y más tarde como Presidente de la República que con tanto acierto
organizó.
Nadie
puede desconocer que el genio militar de la Independencia fue, de lejos, Simón
Bolívar. Su coraje, audacia, habilidad como estratega y su vigoroso liderazgo
lo convirtieron en uno de los grandes caudillos militares de la historia universal.
Al mismo tiempo, nadie puede ignorar el aporte de Santander a la heroica gesta
de Bolívar en la campaña libertadora y, de manera especial, en las
batallas del Pantano de Vargas y de Boyacá, pero sobre todo, con la organización
que le dio a la República de Colombia que había nacido de la Constitución
de Cúcuta. No es posible imaginar cuál hubiera sido la suerte de
Bolívar en su campaña del sur del continente americano sin la ayuda
logística del vicepresidente Santander.
La
vida de Santander estuvo ligada por mil razones a la de Bolívar y ese entrelazamiento
vital se ha proyectado en la historia y así seguirá hasta el fin
de los siglos. La relación entre los dos héroes, el Libertador y
el fundador civil de la República es inescindible, tanto si se la considera
a partir de la intensa y fructífera relación que los unió,
especialmente entre los cinco años que van desde 1821 hasta 1826, como
si se la analiza desde la perspectiva de las muy serias y profundas divergencias
que los separaron en los últimos años de sus vidas.
Se
trata de dos personalidades distintas que la historia unió en la heroica
gesta de liberar un pueblo y construir un Estado. Bolívar, como Napoleón,
fue un genio militar, un visionario impetuoso que con arrojo e inextinguible energía
buscó y labró su gloria, la que vinculó a la libertad de
los pueblos americanos. Al igual que Napoleón, no sentía apego a
la ley precedente, especialmente cuando ella aparecía como un obstáculo
frente a sus designios y propósitos: prefería su propia legalidad.
Santander
fue un organizador sereno y práctico. Luchó con valentía
y sin desmayo contra los españoles hasta la victoria en el suelo patrio.
Luego asumió de manera seria y responsable la inaplazable tarea de construir
la República. Fue ante todo un estadista apegado en forma incondicional
a la ley, a la que siempre se subordinó sin tener en cuenta si se ajustaba
o no a su particular modo de ver las cosas. Son conocidos sus reparos a ciertos
aspectos de la Constitución de 1821 pero a pesar de ello nunca vaciló
en defenderla aún a costa de enfrentarse con el Libertador y de perder
una amistad para él muy preciosa.
Resulta
estólida y mezquina la actitud de los historiadores y políticos
que para resaltar los méritos de Bolívar se convierten en detractores
de Santander y viceversa. Como lo sostuve en ocasión anterior ante esta
honorable Academia, los actores protagónicos de nuestra historia no fueron
dioses ni demonios; fueron hombres de carne y hueso con virtudes y defectos, con
aciertos y desaciertos; fueron grandes en momentos cumbres de su ciclo vital pero
dueños también de actuaciones mezquinas que los hagiógrafos
de oficio pretenden inútilmente ocultar.
El
choque frontal entre Bolívar y Santander era algo inevitable. La Constitución
boliviana llevó el enfrentamiento a un punto irreversible. El asunto no
fue meramente coyuntural; obedeció a razones que en el fondo son ideológicas.
Con el fin de asegurar la libertad de los pueblos recién liberados, Bolívar
consideraba necesario asumir la presidencia vitalicia con derecho a elegir su
sucesor, dicho de otro modo, convertirse en un monarca sin corona. Santander se
horrorizaba de sólo pensar en esa posibilidad; no concebía un Estado
diferente al liberal y democrático diseñado en la Constitución
de Cúcuta. No sólo pensaba así sino que no tuvo ninguna duda
para hacérselo saber con toda franqueza y toda energía al Libertador
y para oponerse al proyecto que éste impulsaba de implantar en Colombia
la Constitución boliviana.
La
discrepancia se tornó en un conflicto con resultados de sobra conocidos:
el fracaso de la convención de Ocaña, la asunción de la dictadura
por parte de Bolívar, la arbitraria eliminación de la vicepresidencia
y destitución en la práctica de Santander, el ominoso atentado contra
la vida del Libertador, la prisión y destierro de Santander y por último,
la disolución de la Gran Colombia.