| Los
problemas sociales de nuestro país están delante de nuestras narices
y nos negamos a verlos, quizá porque en el lugar más cenagoso de
nuestra interioridad sentimos que nuestra preciosa piel vale más
que la de un niño de Sarajevo o los manteles de nuestras mesas, no se tienden
en Ruanda. Sin
ir tan lejos, salvo algunas excepciones, no levantamos un dedo por los niños
de la calle ni nos preocupa la pobreza extrema de familias enteras, talvez porque
no nos ha tocado en desgracia habitar las casas mas que precarias de los cordones
de miseria que rodean nuestras “progresistas” ciudades. La
palabra desprovista de contenido, ni salva ni tan siquiera sirve de nada: Sin
sentimientos, tiene la vida efímera de una flor, sin acción es un
odre vacío, sin ética es un insulto sin ideas y al servicio de las
ideologías, sean ellas las que fueren, se pone escandalosamente al servicio
del panfleto. ¿Qué
lugar, entonces, puede ocupar la poesía en el mundo actual? El
de resistencia, sin dudas. Resistir aunque nos lean unos pocos, resistir hasta
convertirnos en célula primordial, si fuese necesario. Resistir aunque
los demás no comprendan el por qué, ni el para qué. Resistir
para aferrarnos a lo poco de condición humana que aún nos queda. Esta
es nuestra obligación como poetas y nuestro derecho a no caminar junto
a los parias del mundo. Porque a pesar de todo, no queremos perder la esperanza
-utopía más bien- de convertirnos alguna vez en ese espejo
donde jamás se reflejen las mentiras de un mercado todopoderoso que atonta,
donde jamás se refleje la crueldad infinita de creer en la necesidad de
las guerras, donde jamás se refleje la estupidez de pensar que el dolor
del otro, no es nuestro dolor. Para
los que mandan, los poetas somos esos extraños seres que se empecinan en
publicar libros con ese “producto indigerible” al que damos el nombre
de poema; libros con los que nunca alcanzaremos riqueza ni poder, ese para de
dioses a cuyo altar se someten. A ellos les es más provechoso masificar
y manejar el mundo a través de las bebidas colas, los “jeans”
de determinadas marcas o los mensajes subliminales que prometen un mundo mejor,
a pesar de los cada vez más altos índices de desocupación,
la educación más privada y costosa, los hospitales cada vez menos
gratuitos y la seguridad cada vez más agujereada por la inseguridad. Para
los que mandan, los poetas somos seres casi marginales: No nos consideran un escollo,
para sus planes… ¡Pues que lo sigan pensando¡ Algún
día el omnipotente mercado estallará porque su corazón y
su cabeza están carcomidos por la podredumbre. Caerá como han caído
otros imperios igualmente disolutos e, incluso otras culturas, cuando olvidaron
que los absolutismos llevan el germen de la destrucción en sí mismos.
Desgraciadamente caerá luego de haber infectado gravemente el cuerpo social,
después de haber causado todo el daño posible. Y cuando esto suceda,
allí seguirá estando la POESÍA, esa lámpara incorruptible,
para decirnos lo mismo de siempre: Si te sabes mirar por dentro serás un
individuo pero también una parte del todo; si hurgas en tu interior, aunque
no existan las palabras que definan con exactitud ese oscuro laberinto, verás
tu propia ciénaga y, al verla, tu soberbia se verá seriamente comprometida
y te será posible acercarte al dolor de tu hermano; si quieres sentirte
un ser humano no tienes más opción que asumir el sufrimiento pues
no existe otro camino para, al menos, suavizarlo. Si quieres emprender la maravillosa
aventura de conocerte, ahí, en el mismo sitio donde ni la filosofía
ni la psicología consiguieron demasiado, está la POESÍA…
N A N O Floridablanca
(Santander) marzo 3 de 2006 | |