BENJAMÍN
PÉREZ PÉREZ (17 de mayo de 1914, La Playa de Belén - 28 de junio de 1998, Bogotá) | |||||||||
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Cuando el día está aún verdecito (para emplear la expresión santandereana) el ronroneo de los aviones de las diversas empresas que operan en Cúcuta, es la mejor invitación que, a levantarse, recibe el ciudadano apegado todavía a las afelpadas colchas. Es la hora en que de todas las iglesias y capillas de la urbe se alza una multisonora orquestación de campanas. No hay ciudad de Colombia que le supere a Cúcuta en el gorjeo de sus torres. El rezongar de las hélices y el parloteo de los bronces desgrana una extraña pero cautivante polifonía que captada en el alma con toda plenitud, es una insinuación al músculo, una esperanza para el espíritu y una vibrante canción a la vida en cada amanecer. Cúcuta, para usar el vocablo exacto, es una ciudad agradable. La naturaleza derrochó todos los privilegios del trópico en este valle arrobadoramente bello del Pamplonita; y parece que, no contenta con la villa de construcción defectuosa que los antepasados asentaron sobre su suelo, fue por lo que la sacudió hasta sus cimientos con el terrible sismo de 1875 para dar paso a la bella y graciosa "Perla del Norte" que hoy exhibe sus admirables perfiles para orgullo de propios y asombro de extraños. Valle, cielo, ciudad y río, forman aquí un conjunto armonioso, positiva "concupiscencia para los ojos" y exquisito deleite para el espíritu.
Pero no pretendo ahora hacer el elogio de esta tierra ilustre, ni de sus hombres gallardos y emprendedores ni de sus mujeres deslumbradoramente bellas, ricas en virtud y donaire. Hay en la ciudad de Cúcuta una rampa denominada "Loma de Bolívar", señalada en la distancia por un sobrio monumento. A los hechos que conmemora la solitaria columna, quiero referirme. Allí en aquel sitio, el 28 de febrero de 1813 las banderas del ejército libertador se cubrieron de laureles. Allí quedó quebrantada la fortaleza moral del poderío español en la Nueva Granada, porque la acción de los valles de Cúcuta fue la clave de futuros triunfos que despejaron nuestro territorio de los cadalsos y de las cadenas de la tiranía. Cada 28 de febrero, las diversas actividades de este amado valle cucuteño se dan cita y se hacen presentes en ese histórico sitio. Y qué mucho que el gobernante ilustre abandone durante una hora sus responsabilidades y afanes administrativos, que el sacerdote meritorio se aleje por unos instantes de su santuario, que el militar vigilante deseche por unos minutos sus preocupaciones cotidianas, y que el educador y el comerciante, el industrial y el obrero suspendan sus faenas y todos con una sola alma, con una sola mente y un solo corazón, enardecidos por un mismo fuego y estimulados por un mismo anhelo, se congreguen al pie de ese monumento y evoquen las brillantes gestas, fecundas en episodios de fantástica temeridad y de arrobadora grandeza, exornados de guirnaldas de victoria o fulgurantes de martirios que dieron vida a la República y abrieron para siempre los horizontes de luz de nuestra libertad. ¡28
de febrero de 1813! día de júbilo en el calendario de los fastos
gloriosos de nuestra patria! En la tarde anterior el entonces coronel Bolívar,
procedente de Ocaña, había pasado El Zulla con su ejército,
un ejército de hombres desarrapados y enfermos por las vigilias, las Jornadas
interminables y acosados por el hambre. Pero era un ejército de visionarios,
era un ejército de héroes capitaneados por el Genio de la Guerra!
Al amanecer marchó sobre Cúcuta y a las nueve de la manara se empeñó
el combate en la histórica rampa, combate que fue una carga a la bayoneta
porque los pertrechos de fusilería -según anotan los cronistas"-
quedaron a los pocos minutos agotados. No pasaban de mil los combatientes. Y a
eso del mediodía el enemigo empavorecido huyó dejando en poder de
los libertadores la artillería, fusiles, pertrechos, víveres y veinte
hombres muertos en el campo de la pelea. La
acción de parte de los españoles, estuvo dirigida por el general
Ramón Correa, cuyo temperamento "mesurado y vacilante" debió
de contrastar con la "inflamada nerviosidad" de Bolívar. Un vínculo
de familia unía a aquellos dos adversarios. La esposa de Correa, doña
Inés Miyares, era hija de don Francisco Miyares, Gobernador de Maracaibo,
y de doña Inés Mancebo, quien fue la primera nodriza de Bolívar.
Dice don Luis Pebres Cordero en su ameno libro DEL ANTIGUO CÚCUTA, de donde
he tomado estos datos, que "es bien probable que aquellos dos Jefes, a quienes
el destino ponía frente a frente. se abrazaran con efusión en medio
de la lid, si tocando los resortes del afecto, uno y otro recordaran el hogar
de aquella familia, del cual como de un árbol abrigante, tomó el
uno jugo para alimentarse niño, y arrancó el otro una flor para
acompañarse enamorado". BENJAMÍN PÉREZ PÉREZ Tomado de "Boletín Fiscal" -agosto a noviembre de 1953- revista de la Contraloría General del Departamento Norte de Santander. | |||||||||
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