| | | Centro
de Historia de La Playa de Belén | | | | |
| REVISTA
BOLIVARIANA Cortesía del Padre Fray Ismael Enrique Arévalo Claro,
O. P. COLOMBIA
CAPITAL LAS CASAS, UN PROYECTO DE BOLÍVAR Discurso
de posesión del R. P. FRAY
JOSÉ MARÍA ARÉVALO CLARO, de la Orden de Predicadores como
Miembro Correspondiente de la Sociedad Bolivariana. Sesión Especial,
realizada el 13 de septiembre de 1962 en el teatro del Colegio de Santo Tomás
de Aquino. Y respuesta del doctor Guillermo Vargas Paúl | | | | 1.
De izquierda a derecha, entre otros: Doctor Lucio Pabón Núñez,
padre Luis Jesús Torres, de la Orden Dominicana; Coronel Alberto Lozano
Cleves, Presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia, y Fray Campo Elías
Claro Carrascal, de la Orden Dominicana. 2.
Padre Ismael Enrique Arévalo, O. P., Emiro Arévalo Claro, Raúl
Claro Carrascal, Luis Humberto Pacheco Claro, padre Domingo de Guzmán Claro
O. P. y otro sacerdote. |
| | | | | Cuando
el señor Secretario de la Sociedad Bolivariana de Colombia me sorprendió
con la noticia de que esa Corporación, por mil títulos ilustre,
me había recibido en su seno, reaccioné con la estupefacción
y el asombro de quien no encuentra en su persona mérito alguno que pueda
ser galardonado con los honores. Por eso, volví los ojos a la madre ausente,
llena de años y de cariño, y a ella le ofrecí, entre conmovido
y abrumado, la distinción que en esta noche se me hace. |
Saben
el muy reverendo Padre Luis J. Torres y los doctores Manuel José Forero,
Manuel José Cárdenas y Guillermo Vargas Paúl, a quien debo
el alto honor de dar contestación a mi discurso, que con ellos he compartido
los afanes, las ilusiones y esperanzas que conlleva la enseñanza de la
juventud. Al amparo de los claustros del Colegio de Santo Tomás, aureolados
con el recuerdo de Fray Mariano Garnica y Atanasio Girardot, hemos anhelado hacer
de nuestro Colegio un templo Bolivariano en donde se honre al Libertador y perdure
su memoria. Y todos Juntos hemos soñado viendo una patria grande, noble
y digna, forjada en la unidad y consolidada en la paz: ''Los pueblos obedeciendo
a la autoridad para libertarse de la anarquía, los ministros del Santuario
dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en depender
las garantías sociales." Sencillamente hemos comulgado en el amor
v la devoción a Colombia. Agradezco, pues, rendidamente el honor que la
Sociedad Bolivariana de Colombia me dispensa, y lo recibo no como un galardón
sino como un estímulo para trabajar con más ahinco por la causa
de Colombia, que fue la causa de Bolívar.
Viniendo
ahora al tema que debo desarrollar en esta ocasión, y siendo de rigor que
el nombre y la figura de Bolívar resplandezcan y descuellen, debo declarar
sin rodeos que no he vacilado en escoger el punto que colma mis anhelos y satisface
mis preferencias. El asunto es sencillo y podría enunciarse en estas pocas
palabras: Colombia Capital Las Casas, un proyecto de Bolívar.
Es
cosa corriente en muchas obras de historia colombiana remontarse únicamente
hasta el siglo XVIII para encontrar en él los orígenes de la Independencia
Americana. Es lugar común atribuir el empuje y la tenacidad de nuestra
gesta emancipadora al influjo de las libertades preconizadas por la Enciclopedia;
al vuelco sin precedentes que dio al mundo la Revolución Francesa y al
éxito de los Estados Unidos en su guerra de Separación. Está
bien que así sea. Pero es más conforme a la justicia y más
ceñido a la realidad el testimonio de la historia cuando la leemos de atrás
para adelante. Apelemos, pues, a su veredicto.
El
domingo antes de la Navidad de 1511 se han congregado en la iglesia de Santo Domingo
en la Española los encomenderos y conquistadores para asistir al Sacrificio
de la Misa; el Padre Antonio de Montesinos, dominico anónimo y desconocido
hasta entonces, pero atento a la tragedia que viven los indígenas, sube
al púlpito y expone el texto del evangelio:
"Yo
soy la voz que clama en el desierto". El fraile no sospechaba que iba
a convertirse en el protagonista de "uno de los más grandes acontecimientos
en la historia espiritual de la humanidad". Sin titubeos empezó
el dominico:
"Paraos
todos a conocerme: He subido aquí yo, que soy voz de Cristo en el desierto
de esta isla, por tanto conviene que con atención no cualquiera sino que
con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos me oigáis;
la cual voz será la más nueva que nunca oísteis, la más
áspera y dura que jamás no pensasteis oír. Decid, ¿con
qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y terrible
servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho
tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus casas y tierras mansas
y pacíficas, donde tan infinitas de ellas con muerte y estragos habéis
consumido? ¿Estos no son 'hombres'? ¿No tienen ánimas racionales?
¿No sois obligados a amarlos como vosotros mismos? ¿Esto no entendéis?
¿Esto no sentís? Tened por cierto que en el estado en que estáis
no os podéis más salvar que los moros o turcos que no tienen y no
quieren la fe de Jesucristo." La
actitud valerosa de Montesinos ha sido certeramente definida como "la
primera batalla por la libertad humana en América". La gran controversia
del siglo XVI que empezó bajo un techo pajizo en una iglesia humilde de
la isla de Santo Domingo, no tardó en llegar a la Península y tuvo
como centro principal las más célebres Universidades y Estudios
de España: Valladolid, Alcalá y Salamanca. Y es timbre de gloria
para mi Orden el que los campeones más conspicuos y más ardorosos
de esa gran batalla por la libertad que inició Montesinos, hayan sido todos
Dominicos: Francisco de Vitoria, Carranza, Domingo de Soto, Melchor Cano, Pedro
de Soto, Juan de la Peña y Diego Chávez.
Unánimemente
defendieron ellos desde la cátedra universitaria, que los indios eran seres
racionales, dueños de sí mismos y de sus actos, con derecho a la
vida y a la libertad; que ni la infidelidad, la idolatría o el retraso
mental eran parte a destituirlos de sus bienes. Según esos maestros Dominicanos,
los indios podían elegir libremente a sus jefes y régimen propio;
formaban pueblos libres y soberanos, independientes del Papa y del Emperador;
con derecho a la soberanía y la convivencia pacífica: eran iguales
a los europeos y cristianos. En una palabra, defendieron la soberanía,
la libertad y la igualdad jurídica de todos los pueblos.
Frecuentemente
se dice que la polémica entablada por los profesores dominicos no pasó
de ser una lucha "teórica", sin repercusiones fuera de
la Universidad. Si así hubiera sido, quizá Carlos V no hubiera interpuesto
la reprensión y la censura cuando escribió al Prior de San Esteban
de Salamanca, el 10 de noviembre de 1539:
"Yo
he sido informado que algunos maestros religiosos de esa casa han puesto en plática
y tratado en sus sermones y repeticiones, del derecho que nos tenemos a las Indias,
Islas e Tierra Firme del Mar Océano . . . Y porque de tratar de semejantes
cosas sin nuestra sabiduría e sin primero nos avisar dello, más
de ser muy perjudicial y escandaloso, podría traer grandes inconvenientes
en deservicio de Dios y desacato de la Sede Apostólica e Vicariato de Cristo
e daño de nuestra corona real destos reinos, hemos acordado de vos encargar
y por la presente vos encargamos y mandamos, que luego sin dilación alguna
llaméis ante vos a los dichos maestros religiosos que de lo susodicho o
de cualquier cosa de ello hobieren tratado, así en sermones como en repeticiones
o en otra cualquiera manera, pública o secretamente, y recibáis
dellos juramento para que declaren en qué tiempo y lugares, y ante qué
personas, han tratado y afirmado lo susodicho, así en limpio como en minutas
y memoriales, y si dello han dado copia a otras personas eclesiásticas
o seglares. Y lo que ansí declararen, con las escrituras que dello to vieren,
sin quedar en su poder ni de otra persona copia alguna, lo entregad por memoria
firmada de vuestro nombre a Fray Nicolás de Sto. Tomás, que para
ello enviamos, para que lo traiga ante nos, y lo mandemos ver, y proveer cerca
dellos lo que convenga al servicio de Dios y nuestro. Y mandarles heis de nuestra
parte y vuestra que agora ni en tiempo alguno, sin espresa licencia nuestra, no
traten ni prediquen ni disputen de lo susodicho, ni hagan imprimir escritura alguna
tocante a ello, porque de lo contrario yo me tmé por muy deservido y lo
mandaré proveer como la calidad del negocio lo requiere."
La
reacción del Emperador se justificaba, porque el 10 de junio de 1539, Vitoria,
desde su Cátedra de Prima de Salamanca, había lanzado expresiones
como estas: "No han nacido razas para ser esclavas, ni la naturaleza ha
creado a otros pueblos para ser señores. Todos tienen derecho a la libertad
y a elegir y vivir bajo el régimen político que les plazca y a escoger
libremente la protección de los pueblos civilizados".
Siguiendo
los pasos de Vitoria, viene Melchor Cano. El ilustre teólogo somete a crítica
demoledora el pretendido derecho de emigración y comercio en que quieren
apoyarse los buscadores de títulos a la dominación de América.
El 10 de marzo de 1544, en la Universidad de Alcalá, declara Melchor Cano:
"Los indios nunca han injuriado a los españoles. Inermes pusilánimes
no han dado causa de guerra. Además, los españoles no se presentaron
como peregrinos sino como verdaderos invasores. Tienen, pues, razón para
desconfiar y para que sea inválido el título de emigración
comunicación natural." Y el infortunado Bartolomé de Carranza
dirá en Valladolid el 18 de octubre de 1540, para reprobación de
las teorías colonialistas: "Debe España enseñar a
los indios por medio de hombres probos que no vuelvan a su barbarie; y cuando
estuviere esto por 16 o 18 años y estuviere la tierra llana, porque ya
no nay peligro de que vuelvan a su método de vida, deben ser dejados en
su en su primera y propia libertad, porque ya no necesitan de tutor."
La
lucha iniciada y adelantada por los hijos de Santo Domingo en las tierras ensangrentadas
de América y en las Universidades de España, divide la opinión
de entonces en dos sectores, uno que representa al imperialismo con sus secuelas
de dominación, de racismo y de exterminio de lo genuinamente americano,
y el de los abanderados de la justicia y de la libertad humana. Tan impresionante
huella ha dejado en la historia esta polémica, que un internacionalista,
ajeno a nuestra raza y a nuestros destinos, ha podido escribir: "El completo
éxito alcanzado por el primer sector habría significado el aniquilamiento
de los indios nativos, como ha sucedido allí donde la raza anglosajona
se ha puesto en contacto con los naturales."
Todo
lo anterior, inútil y fuera de lugar a primera vista, sirve al contrario
para conocer y apreciar la figura y la obra de otro Dominico insigne, el Padre
Bartolomé de las Casas. En la lucha por la libertad de los indios, el Padre
Las Casas fue el soldado que combatió a brazo partido y arremetió
y atacó con más fiereza allí donde los teólogos de
Valladolid, Alcalá y Salamanca indicaron el punto flaco del enemigo.
"No
hubo ningún Las Casas en las Colonias inglesas o francesas de América.
Los puritanos consideraban a los indios y a los negros corno salvajes malditos
que podían ser destruidos o esclavizados sin consideración."
Las
Casas, Montesinos, Vitoria y Carranza son los representantes del criticismo español
en América; son figuras gloriosas y mantenedores auténticos de la
conciencia española en el Nuevo Mundo, como lo reconoció el Vigésimo
Sexto Congreso de Americanistas. "Pertenecen, dice Gabriel Giraldo Jaramillo,
a la pléyade de cuantos proclamaron altivamente los derechos del hombre
americano, echando así las bases de una democracia orgánica y preparando
el camino de la independencia."
"El
más ilustre de los sevillanos y el más genial de los españoles",
nacido en 1474 y muerto en 1566, después de haber trabajado 45 años
por ver implantadas la libertad y la justicia en América, ocupó
un lugar de predilección en el corazón de Bolívar. No podía
ser de otra manera: los dos vivieron los mismos ideales, soñaron en la
misma América grande y libre, y sobrellevaron iguales padecimientos, los
de la incomprensión, la persecución y la calumnia, por realizar
los mismos anhelos.
¡Cómo
me impresiona el leer la Carta de Jamaica! allíaparece Bolívar de
cuerpo entero. Está desterrado en Kingston, incomprendido de los suyos
y abandonado de sus leales, y habla proféticamente de la gloria del mundo
libre. Le tortura el espectáculo de las luchas y rivalidades de sus conciudadanos
en momentos en que la llama de la libertad empieza a arder, y se ve obligado a
admitir con Montesquieu: "Es más difícil sacar un pueblo
de la servidumbre que subyugar uno libre." El estruendo de su fracaso
y la rabia que le quema las entrañas le obligan a manifestar: "Más
grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos
separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar
los espíritus de ambos países." Y sin embargo, en uno de
esos vuelcos y viceversas que tienen los genios, esboza el proyecto que años
más tarde presentará en el Congreso de Angostura y que inculcará
a sus conciudadanos ya en las puertas del sepulcro: "La Nueva Granada
se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una República
central, cuya capital sea Maracaibo, o una nueva ciudad que, con el nombre LAS
CASAS, en honor de este héroe de la filantropía se funde entre los
confines de ambos países." Páginas antes, el Libertador
ha hecho mención del Protector de los indios y le ha llamado el "filantrópico
Obispo de Chiapa, el apóstol de la América", y confiesa
que "todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes
de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y firmeza, denunció
ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un
frenesí sanguinario." No hay duda que Bolívar escribe bajo
la impresión que le ha producido la lectura de la "Brevísima
Relación de la Destrucción de las Indias". Fray
Bartolomé de las Casas es "clérigo con encomiendas"
cuando el Padre Montesinos, tronando desde el púlpito, proclama que
los indios son hombres, seres racionales y por lo tanto poseedores de todos los
derechos inherentes a la persona humana. Al convertirse por obra de la predicación
de los Dominicos, empieza por rectificar su conducta; da libertad a sus indios
v comienza su obra de apostolado.
El
mismo nos refiere que influyeron definitivamente en su alma, las palabras del
Eclesiastés: "quien derrama sangre y quien defrauda al jornalero,
hermanos son". Entrado en 1523 a la Orden Dominicana, seguirá
con más bríos v más autoridad, llamando a juicio a conquistadores
y encomenderos. Ocho veces atravesará el mar para interceder en la Corte
por la suerte de los indios; despreciará con altivez la oferta del riquísimo
arzobispado del Cuzco y llegará hasta trasladarse definitivamente a España
en 1547, y renunciar a su obispado de Chiapa en 1550, a fin de dedicarse por completo
a atender las quejas, mover los pleitos y denunciar los abusos que le notifiquen
sus corresponsales de toda América. Un hombre así tenía que
convertirse en blanco del odio. Cuando en 1542 salieron promulgadas las Leyes
Nuevas en defensa de los indios, López de Gomara nos dice que los españoles
en el Nuevo Mundo "unos se entristecían, temiendo la ejecución,
otros renegaban, y todos maldecían a Fray Bartolomé de las Casas
que las había procurado."
El
Padre las Casas nos ha dado la razón de su actitud en favor de los indígenas
con estas sencillas palabras: ''Nuestra religión cristiana es igual
y se adapta a todas las naciones del mundo, y a todas igualmente recibe y a ninguna
quita su libertad ni sus señores, ni mete debajo de servidumbre, o color
ni achaques de que son siervos a natura." Palabras que pronuncia en solemne
audiencia ante la majestad de Carlos V en 1519.
El
20 de enero de 1533 es fecha importante en la vida de Las Casas. Es entonces cuando
escribe su famosísima carta al Consejo de Indias. Entre otras cosas les
dice a los señores del Consejo: "Ya llegan al Cielo los alaridos
de tanta sangre derramada; la tierra no puede ya sufrir ser regada de tanta sangre
de hombres; los ángeles de paz y aun el mismo Dios, creo que ya lloran;
los infiernos solos se alegran . . . Lo que yo nunca pudiera pensar es que a tan
desmandada licencia vinierais que porque los alemanes prestasen trescientos o
cuatrocientos mil ducados al Rey, o cuantos dicen que fueron, les entregaseis
doscientas leguas de costa de tierra firme, alquiladas, o por mejor decir, para
que las metan a sacomano, como hoy día lo hacen, que después de
robadas las despueblan de sus propios moradores, enviando navios cargados de indios
a esta isla, matando por tomarlos y echando a la mar, por traer ciento, quinientos.
¿Por qué, señores, hacéis tantas liberalidades de
lo que no conocéis ni sabéis qué dais, ni podéis dar,
con tanto perjuicio de Dios y de los prójimos."
Pasa
luego a exponer los remedios para que cesen los males que tan enérgicamente
denuncia, y termina con este pasaje que asombra por su coraje y audacia: "Este,
señores, es justo gobernar, y este es el camino derecho para que el Rey
nuestro Señor tome posesión de estas tierras y sea justo poseedor
de estos reinos; que el camino de hasta aquí y gobernación que hoy
se tiene, ha sido bravamente tiránico y ha privado, de derecho divino y
aun humano, del señoría y acción de este mundo que acá
está, a Su Alteza. Por
eso, señores, no engañe nadie al Rey, y trabajen Vuestras Señorías
y mercedes, por el camino y gobernación contraria de la hasta aquí,
a recobrar el derecho perdido. Porque os hago saber que estas naciones tienen
justa guerra desde el principio de su descubrimiento, contra los cristianos. Y
sepan más, que no ha habido guerra justa ninguna hasta hoy de parte de
los cristianos, hablando en universal. Y cuando Vuestras Señorías
y Mercedes quieran la probanza de esto, porque de aquí se sigue que ni
el Rey ni ninguno de cuantos acá han venido, han llevado cosa justa ni
ganada, y son obligados a restitución, aquí estoy aparejado y muy
aparejado para hacer esta conclusión verdad, y es tan verdad que no dudo
más de ella que del Santo Evangelio."
En
la Primera Junta de Obispos mexicanos, en 1546, está presente Las Casas
y logra formular lo que se ha llamado con toda razón la "Declaración
de los derechos de los indígenas", con que el Sínodo episcopal
se enfrentó a los encomenderos: "a) Todos los infieles de cualquier
secta o religión que fueren, y por cualquier pecado que tengan, cuanto
al Derecho Natural y Divino, y el que llaman Derecho de gentes, justamente tienen
y poseen señorío sobre sus cosas que sin perjuicio de otros adquieran,
y también con la misma justicia poseen sus principados, reinos, estados,
dignidades, jurisdicciones y señoríos. b) La guerra que se hace
a los infieles por respecto a que mediante la guerra sean sujetos al imperio de
los cristianos, o se quiten los impedimentos que para ello puede haber, es temeraria,
injusta, perversa y tirana; c) La causa única y final de conceder la sede
apostólica el principado supremo y superioridad imperial de las Indias
a los reyes de Castilla y León, fue la predicación del Evangelio
y la dilatación de la fe, y la conversión de aquellas tierras, y
no por hacerlos mayores señores ni más ricos príncipes de
lo que eran."
La
más ruidosa y triunfante polémica del Padre de las Casas tuvo lugar
en Valladolid en 1551. El doctor Juan Ginés de Sepúlveda, anticipo
de filósofo racista, abogaba por la guerra de conquista contra los nativos
americanos. Dominarlos primero y evangelizarlos después. Decía desdeñosamente
el doctor Sepúlveda: "Los indios son tan inferiores a los cristianos
como los niños frente a los adultos o las mujeres frente a los hombres.
Los indios son tan diferentes de los españoles como la gente cruel lo es
de la benigna, como los monos de los hombres." Y no tenía reparo
en aludir a "esos hombrecillos en los cuales encontraréis apenas
vestigios de humanidad". Fue entonces cuando el Padre Las Casas, callando
para siempre a Juan Ginés de Sepúlveda, lanzó la frase famosa:
"Todos los pueblos del mundo son hombres."
Las
Casas, soldado de primera fila en la lucha por la justicia podía exclamar
al fin al de su vida como haciendo un resumen de su obra: "Ha 40 años
que trabajo en inquirir, estudiar y sacar en limpio el derecho. Creo, si no estoy
engañado, haber ahondado en esta materia hasta llegar al agua de su principio.
Yo he escrito muchos pliegos en papel, y pasan de dos mil en latín y en
romance."
No
extrañemos, pues, señores, que Bolívar sintiera tan viva
admiración por el Protector de los indios. El soñador que hemos
visto en Jamaica está ahora lleno de gloria y abrumado de honores ante
el Congreso de Angostura, el 14 de diciembre de 1819. Entre los halagos, homenajes
y hasta adulaciones, persistió en él ante todo la unión de
Colombia y Venezuela y luego la glorificación de Fray Bartolomé
de las Casas. Por eso dirigiéndose a los miembros del Congreso formuló
esta declaración: ''La reunión de la Nueva Granada y Venezuela
es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas; es el
voto de los ciudadanos de ambos países y es la garantía de la libertad
de la América del Sur."
Y
el General 0'Leary en sus memorias consigna este testimonio: "En Santa
Fe, y en todas las provincias del tránsito y desde su llegada a Angostura,
Bolívar no perdió ocasión de popularizar este vasto proyecto,
que era el asunto favorito de sus conversaciones, en las que se complacía
en demostrar las ventajas que de esa unión reportaría la América
entera. A sus íntimos amigos decía: El plan en sí mismo es
grande y magnífico; pero además de su utilidad deseo verlo realizado,
porque nos da la oportunidad de remediar en parte la injusticia que se ha hecho
a un grande hombre, a quien de ese modo erigiremos un monumento que justifique
nuestra gratitud. Llamando a nuestra república Colombia v denominando a
su capital Las Casas, probaremos al mundo que no sólo tenemos derecho a
ser libres, sino a ser considerados bastantemente justos para saber honrar a los
amigos y a los bienhechores de la humanidad: Colón y Las Casas pertenecen
a la América. Honrémonos perpetuando sus glorias."
Es
cierto que Bolívar no obtuvo del Congreso de Angostura el homenaje que
esperaba tributar a Las Casas. Incumbe a la corporación encargada de perpetuar
sus glorias y realizar sus anhelos, cumplir en el máximo posible los votos
del Libertador.
Al
ingresar como miembro correspondiente en la Sociedad Bolivariana he querido hacer
descollar el sentimiento nobilísimo de la gratitud de Bolívar, que
quiso un monumento perenne para el Protector de los indios v Padre de América.
Fray
JOSÉ MARÍA ARÉVALO, O. P
| | | DISCURSO
DEL DOCTOR GUILLERMO VARGAS PAÚL
Señor
Presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia, Reverendísimo Padre
Provincial de la Orden Dominicana, Reverendo Padre Rector, señores Bolivarianos,
señoras, señores:
Por
generosa como deferente disposición del R. P. José María
Arévalo, que me honra y me enaltece sobremanera, correspóndeme satisfacer
el grato encargo de dar respuesta al discurso con que el ilustre sacerdote dominico,
ha rubricado de manera elocuente su ingreso a la Sociedad Bolivariana de Colombia.
Al
aceptar complacido el obligante requerimiento que me vincula de manera tan destacada
a este acto solemne, quisiera relievar el hecho de que por tercera vez y en este
mismo sitio, se me brinda la ocasión de expresar mi vieja y arraigada admiración
hacia una comunidad que se halla estrechamente vinculada a mi vida, desde sus
propios albores. En efecto, nacido al amoroso amparo de la ciudad mariana por
excelencia, recibí de manos de un dominico las aguas bautismales. Luego,
en el decurso de mi existencia y en seguimiento de una ancestral tradición
familiar, siempre he tenido la oportunidad de ver presentes en mi casa, en momentos
culminantes de complacencia o, de dolor, a los religiosos dominicos. Y de unos
cuantos años para acá, disfruto del honor de formar parte del cuerpo
profesoral de este prestigioso plantel docente. Dados los antecedentes que acabo
de referir, estaría por demás realzar la profunda efusión
con que acudo a esta cita a la que me convoca el R. P. Arévalo, con motivo
de la merecida distinción de que ha sido objeto por parte de la Sociedad
Bolivariana de Colombia.
No
hace de ello muchos años, se daba cita en este recinto la Sociedad Bolivariana,
para recibir en su seno a un eminente hijo de Domingo Guzmán, el R. P.
Fray Alonso Ocampo, quien por el brillo de su talento y la reciedumbre de su cultura,
honra por igual a nuestra Corporación y a la comunidad a que pertenece.
Algún tiempo después, estos severos claustros volvían a abrir
sus puertas a la Sociedad, para exaltar muy justamente a la categoría de
Numerario, a otro ilustre dominico, el R. P. Fray Luis J. Torres Gómez,
insigne rector de este colegio. En ambas circunstancias se me deparó el
privilegio de llevar la palabra a nombre de nuestra Institución. Y hoy
nuevamente aquí presentes, cábeme la alta distinción de ostentar
la representación de la Sociedad, en el instante en que otro notable dominico,
el R. P. Arévalo, hace solemne profesión de fe bolivariana, y promete
vincularse de manera perdurable a sus actividades académicas, que tienen
como fin esencial la divulgación del pensamiento genial de Bolívar
y la guarda celosa de su memoria veneranda. La Sociedad Bolivariana se
halla hoy de plácemes, porque ve engrosar sus filas con un elemento de
las más altas calidades intelectuales, que no sólo habrá
de darle brillo a sus nobles y patrióticas tareas, sino que habrá
de servirla con devoción, entusiasmo y decisión insuperables. No
llega el P. Arévalo a esta Corporación escaso de méritos.
Muy por el contrario, su vasta ilustración, y su decidida inclinación
a las tareas de índole intelectual, son títulos por demás
suficientes que le califican sobradamente para pertenecer a esta entidad o a cualquiera
otra de idénticos afanes culturales.
Rompiendo
por breves instantes la discreta penumbra dentro de la cual el R. P. Arévalo
ha querido mantener su vida de religioso, voy a permitirme arrojar un poco de
luz sobre los principales jalones de su meritoria existencia, consagrada por entero
al silencioso retiro del claustro. Bien sé R. P. que voy a herir su desconcertante
modestia, y que contrariaré además su vehemente deseo de escapar
al elogio y a la exaltación de sus eminentes virtudes de hombre y de sacerdote.
Pero me considero con el derecho de hacerlo hoy en esta ocasión trascendente,
entre otras muchas razones, porque mis palabras, S. R. bien lo sabe, vibran con
el acento de la más profunda sinceridad, y no las mueve inspiración
distinta, de la de rendir público testimonio de sus atributos intelectuales,
que enaltecen justamente a la venerable Comunidad Dominicana.
Ve
la primera luz el R. P. Arévalo por el año de 1923 en La Playa,
allá en las altivas breñas de Santander del Norte, donde la vida,
no obstante la belleza ocre y quebrada de su suelo, torna pronto al niño
en hombre capaz de enfrentarse a las asperezas de la naturaleza que le rodea.
El santandereano goza entre sus compatriotas la fama de ser hombre áspero,
hosco y adusto, porque presumimos que lleva muy hondo en el alma, la calcinante
imagen de su terruño, que al obligarle a librar ardua lucha por el diario
vivir, sofoca con frecuencia sus sentimientos y toma acerada su voluntad. Hombres
fuertes surgen allí, de genio altivo y corazón templado, que conforman
un conglomerado de excepcionales condiciones humanas, del cual puede enorgullecerse
con justicia la patria. Parcos en el hablar, sencillos en el trato, extraños
por temperamento a la ostentación de sus sentimientos, acuden sin alardes
a la cita con el destino, empujados por ese supersensible concepto del honor y
de la dignidad personal, que en ellos adquiere categoría heroica.
El
joven José María no es, no puede ser extraño a las características
que distinguen a su raza indomeñable. Hereda el carácter arisco
y levantado de su tierra, y cuando piensa por sí mismo, abandona el paterno
hogar y el Colegio José Eusebio Caro de Ocaña, para matricularse
en el Seminario de Pamplona. Ha concluido, y en ello intuye con acierto, que su
vocación le llama al servicio de Dios desde el estado sacerdotal, y como
buen santandereano, no lo piensa dos veces. El Seminario de Pamplona, no obstante
la severidad que impone el reglamento, parece no satisfacer plenamente al novel
estudiante, sobre quien ejerce una subyugante atracción la austera vida
conventual. Por ello decide sustituirlo por el Convento de los Dominicos de Chiquinquirá.
El ambiente de oración, de estudio, de contemplación que allí
encuentra, y que emanan del fiel cumplimiento de las prescripciones de la regla
de Santo Domingo de Guzmán, era al que él tanto había aspirado.
De ahí que en su nueva vida monástica, se encuentre a plena satisfacción,
como el pez en el agua. La actividad diaria, repartida allí entre la atención
de sus deberes de religioso y las ávidas lecturas, llena a cabalidad el
ideal supremo que se había forjado el joven novicio.
Dotado
por la Providencia con no escasos dones intelectuales, su despierta inteligencia,
y su insaciable deseo de conocimientos, bien pronto le destacan entre sus compañeros
de noviciado, hasta el punto de que sus superiores, percatados de sus nada comunes
capacidades, deciden enviarlo a terminar su carrera sacerdotal a Europa.
En
el Pontificio Ateneo Internacional Angelicum de Roma, completa sus estudios eclesiásticos,
que le permiten recibir el presbiterado el 26 de junio de 1949. Doctorado en filosofía
y sagrada teología, hace importantes y profundas especializaciones en lenguas
orientales. Pero esto no es aún suficiente para el joven dominico, por
lo cual solícita y obtiene permiso de sus superiores, para trasladarse
a Francia, donde en la Universidad de la Sorbona y en el Instituto Católico
de París, profundiza más en teología y filosofía y
obtiene las borlas doctorales en ciencias sociales.
No
es difícil imaginarnos al P. Arévalo en tan notables centros de
estudio y en ambiente de tan alta cultura, embebido en las ciencias, devorando
libros, en su infatigable sed de lectura. Con suma obediencia pero con pesar,
debió recibir la orden de dejar el viejo mundo donde había aquilatado
tan vastos conocimientos, para regresar a su patria. Con indudable acierto le
destinaron al profesorado en el Convento de Santo Domingo de esta ciudad, donde
dicta con erudición lecciones de lenguas orientales, filosofía,
teología y griego clásico.
Luce
pues, el R. P. Arévalo las borlas doctorales en teología, filosofía,
ciencias sociales, otorgadas por las más prestigiosas universidades de
Europa, y domina con propiedad el griego, el latín, el francés,
el inglés, el hebreo y otros tantos idiomas más. Inmenso arsenal
de cultura, puesto hoy al servicio de la venerable Comunidad Dominicana. Amante
de la historia de su patria, no hay libro sobre este tema que no haya leído,
ni suceso histórico que no haya escudriñado con paciente consagración
de investigador. De esta permanente inquietud intelectual, del profundo conocimiento
que tiene de nuestro pasado, ha surgido límpida y grande su admiración
hacia la figura del Padre de la Patria. Esta probada devoción al Libertador,
le ha llevado con sobra de merecimientos, a ocupar un sitio destacado en la nómina
de los miembros de la Sociedad Bolivariana, que hoy jubilosa le recibe.
Buena
muestra de sus brillantes capacidades para la investigación histórica,
es el interesante estudio con que acaba de deleitarnos, que le señala además
como ágil escritor de castizas formas, y de elegante expresión literaria.
Nos ha traído a la memoria el P. Arévalo, una atrayente figura humana,
que vistió como él el hábito dominicano, y la cual por los
nobles impulsos que agitaron su corazón de hombre y de sacerdote, se coloca
con toda razón, entre los grandes adalides de los derechos del hombre americano.
Bartolomé de las Casas puede ocupar sin menoscabo el sitial de honor que
hemos reservado a los precursores de nuestra independencia, pues una y otra vez
se dejó oír su autorizada voz en la Corte de España, en defensa
de la población indígena de este Continente, y de los derechos inalienables
que como a seres creados a semejanza de Dios, les correspondían. Aquel
gran dominico, como oportunamente lo recuerda el P. Arévalo, espera, el
homenaje que todos los americanos estamos en mora de rendirle, y que quedó
esbozado en el proyecto del Libertador, de fundar una ciudad, Las Casas, que fuera
a la vez la capital de la Gran Colombia, suprema ambición política
que se constituyó en el más caro sueño de Bolívar,
y cuya desintegración acaso fue uno de los grandes pesares que agobiaron
al Libertador y le precipitaron al sepulcro. Importante iniciativa le ha planteado
el P. Arévalo a la Sociedad Bolivariana, al revivir la idea de Bolívar
respecto al tributo que tarde o temprano debemos rendir a Bartolomé de
las Casas. La entidad, permanente vigía de la heredad ideológica
bolivariana, habrá de acoger con sumo interés y entusiasmo, el planteamiento
que acaba de hacérsele en relación con el irrealizado propósito
del Libertador, y hallar la manera de honrar la memoria del gran defensor de los
derechos del mundo americano. Tenéis pues, señores Bolivarianos,
que una inquietud se ha agitado ante vosotros con elocuencia y con verdad, cumple
a vuestro fervor por la egregia figura del Padre de la Patria, medir su importancia
y trascendencia.
Reverendo
Padre Arévalo:
Vuestra
presencia en la Sociedad Bolivariana no debe pareceres extraña, ni inmerecida
ni mucho menos fortuita. Vuestros relievantes atributos de intelectual, de sacerdote
y de patriota, os tienen ganado de antemano un lugar de preeminencia dentro de
ella. Además, tres de vuestros hermanos de religión, los RR. PP.
Francisco Mora Díaz, Alonso Ocampo y Luis J. Torres, os han precedido en
el noble servicio de los ideales que animan a nuestra Corporación. El R.
P. Torres, ostenta hoy con sin igual decoro y especial complacencia nuestra, la
alta investidura de Vicepresidente de nuestra Sociedad, posición de honor
que él ocupa por su probada devoción bolivariana y por la excelsa
condición de sus virtudes personales. Vuestros antecesores dominicos en
la adhesión a la causa bolivariana, os han trazado ya un derrotero luminoso,
que vuestro talento y vuestro saber eminentes, os harán fácil transitar,
para propia satisfacción vuestra, beneficio de la Entidad y prestigio de
la Orden a que pertenecéis.
A
nombre de mis colegas de la Sociedad Bolivariana de Colombia, os presento un saludo
fraternal, y os invito a que os vinculéis entusiastamente nuestras labores,
en la seguridad de que en cada uno de nosotros hallaréis la más
franca, sincera y cálida acogida.
Permitidme,
por último, R. P., que os exprese en este solemne momento, la viva e íntima
complacencia con que como amigo personal vuestro, registro vuestro ingreso a la
Sociedad Bolivariana, así como mi gratitud infinita, por el honor que me
habéis dispensado, al designarme, sin mérito alguno que lo justifique,
para dar respuesta al brillante discurso de recepción que acabáis
de pronunciar.
GUILLERMO VARGAS
PAÚL Bogotá,
D. E-, septiembre 13 de 1962. |
| |
|
|