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NOVENTA DE URSULITA 3
de julio de 2010 Por
Luis Javier Claro Peñaranda Estamos
aquí para celebrar los 90 años de vida de una mujer sencilla y festiva,
y de una madre amorosa y valerosa. Decidí escribir estas páginas,
en medio de ese abrumador cruce de sentimientos que fluyen para una ocasión
como esta, y en esa encrucijada encontré posiblemente la alternativa apropiada
que me condujo a cotejar el tránsito de esta mujer a lo largo de sus noventa
años, ciclo que curiosamente coincide con un gran momento histórico,
quizá el más importante que ha vivido la humanidad, y que nos muestra
los grandes desarrollos de la ciencia y la tecnología, como también
los alcances de la condición humana, que copa los límites más
abominables de la barbarie, lo cual nos demuestra lo grandes o lo perversos que
podemos llegar a ser. |
Con
este marco introductorio, y como hijo de esta amorosa mujer que homenajeamos,
he tenido el cuidado de no caer en una construcción pretenciosa. Por tanto,
conduje el relato haciendo una descripción que toca el ámbito familiar
y mostrando aquellos paisajes fundidos con gratas vivencias en el pasado. Cabe
esta referencia, por la dimensión inmensa de los amores, afectos y recuerdos
que se cruzan en una celebración como esta: LOS NOVENTA AÑOS
DE URSULA PEÑARANDA QUINTERO, donde la imagen que podamos tener de
ella no fluye sola, es un todo perceptible desde la dimensión de lo humano,
al lado de un gran hombre, como esposo y padre: MANUEL BENJAMIN CLARO OVALLOS.
Celebrémoslo, entonces, por todo lo que vale esta mujer para sus hijos
y hermanos, como para toda la descendencia de esta labranceña, madre de
13 hijos, abuela de 25 nietos, bisabuela de 11 bisnietos y como pocas, con 33
hermanos, unos ya muertos, otros que aún siguen sumando calendarios y que
hoy gratamente algunos de ellos nos acompañan en esta celebración.
En
ese entramado de posibilidades que afloran cuando queremos construir desde los
recuerdos, aparece el juego de hilvanar con sentido esta travesía de nueve
décadas y así dejar memoria de buena parte de ese trascurrir. Muchos
de esos hechos y circunstancias estarán allí para ser construidos,
reconstruidos o contextualizados de frente a las realidades presentes o futuras.
En
ese orden, Úrsula Peñaranda Quintero nace en la vereda de La Labranza,
circunscripción del municipio de Ábrego, el día 5 de julio
de 1920. Fueron sus padres, Luis José Peñaranda Vera y Úrsula
Quintero Torrado. Su nacimiento ocurre en Santa Ana, que fuera una de las cuatro
casonas que constituían la gran hacienda de los esposos Martín Quintero
Cuite y Ester Pacheco, propiedad, que con el pasar del tiempo fue fraccionada
y escriturada a cada uno de los descendientes directos, los hermanos Quintero
Pacheco. Su niñez transcurre en uno de los valles rurales más pintorescos
de la provincia de Ocaña, bañado en uno de sus costados por el río
Algodonal y cruzado por la quebrada de La Playa. El occidente de este hermoso
paisaje lo define una cadena montañosa, matizada de arrayanes, rampachos
retorcidos, ancenillos, sumaquesos, mosqueteros, adormideras, alisos, pajares
y para esos años, uno que otro árbol de caimito, hoy desafortunadamente
extinguido en toda la región. El caminante inquieto podrá observar
que los farallones de esta serranía se descuelgan sobre el valle y muestran
en el paisaje las aristas de Estoraques artísticamente esculpidos con el
tiempo por el agua y el viento. Frente a la casa de El Brillante está el
cerro de Los Colorados de donde, desde épocas ancestrales, se saca una
arcilla rojiza, con la cual pintan las cenefas de las casas los habitantes de
la Labranza.
Allí,
en el entorno de la casona de Santa Ana, transcurre la niñez de esta mujer,
con sus hermanos, que ya sabemos que no fueron pocos. Cursó sus estudios
primarios en la escuela de Llano Grande. Tanto en Santa Ana como posteriormente
en El Brillante, su vida transcurrió en medio de la faenas de la ganadería,
del relinche de los caballos y de cultivos de cebolla, maíz, caña,
frijol y plátano, entre otros. Cuando
era tan solo una niña traviesa de nueve años presenció, en
compañía de sus hermanos, cómo en el patio de su casa se
armaba pieza por pieza el primer vehículo automotriz, de cuatro cilindros,
modelo 28 que llegó a La Playa, una noche del año 29. Fue tío
Jorge, este veterano de 93 años que aún conserva una actitud de
vida altamente envidiable, quien me relató recientemente este episodio.
Varias semanas duró este gran evento de la tecnología, del cual
mamá y sus hermanos fueron testigos. Según me relató tío
Jorge, la salida del automóvil Ford, adquirido por Don Francisco Arévalo
y su hermano fue todo un acontecimiento, que no se podía dejar de celebrar
con quemazón de pólvora y mucho alborozo reflejado en los rostros
de los labranceños y de algunos playeros que, inquietos por la noticia,
no podían perderse semejante suceso. Su paso por la Conejera, por Maciegas,
el Carrizal y Montecitos, entre otros parajes, debió producir gran asombro
e inmenso regocijo en el pueblo, tal como lo reseña en su obra nuestro
coterráneo y amigo, el doctor Guido Pérez Arévalo.
En
1931, El Brillante es la nueva casa de la familia Peñaranda Quintero, construida
con gusto por los abuelos, cuya ubicación brinda una hermosa vista sobre
el valle de La Labranza. Según mamá, a la muchachada de mis tíos
y tías les correspondió sembrar y mantener el buen crecimiento de
los árboles, que pasado el tiempo, se distinguieron en la región
por la calidad y variedad de sus frutos, entre ellos los aguacates, los ciruelos
jobos, japoneses y cocotos, los naranjos mandarinos, las naranjas comunes y ombligonas,
las limas y los limones. Abundaban también en sus alrededores los pomarrosos,
las tunas y las otras que las doblan en tamaño y que llamamos por la región
con el mote de mejicas y que no son otra cosa que los mismos higos de oriente
y occidente. La finca El Brillante guarda para nosotros un sitial especial, pues
fue allí donde recreábamos nuestros ímpetus infantiles y
juveniles, alrededor de las faenas de ordeño, de la recolección
de las cosechas, de paseos a la quebrada de los Molinitos y su cascada del Niágara,
caminatas a Llano Grande y la Laguna, paraje lindante con el cerro de Los Cristales,
las jornadas en el río Algodonal, donde combinábamos el baño
con la pesca de "aguagatos", "corronchos" y en ocasiones las
tremendas embarradas para poder sacar las esquivas lampreas. Y qué decir
de la recolección de barbatuscas y de las apetitosas hormigas culonas,
que recogíamos por totumadas y bangañadas, entre los meses de abril
y mayo. Para quienes nos conocieron en esos disfrutes de niños, no podemos
dejar de relatar uno de los tantos detalles de la abuela mamá Úrsula,
quien a la hora del ordeño nos brindaba una apetitosa taza de leche rebosante
de espuma, con "sopas" de arepa de maíz chócolo desmenuzada,
que degustábamos con especial deleite.
Cuando
esta mujer ya andaba por los 23 años, se le aparece Cupido. Para argumentar
un poco la trama del enamoramiento, hace un buen tiempo nos contaba con mucha
euforia, que entre sus destrezas tenía el de cabalgar en los mejores ejemplares
de los caballos que se criaban y domaban con gran cuidado algunos de sus hermanos
en El Brillante. En una de tantas salidas a caballo a La Playa de Belén,
tuvo la osadía de lanzarse al ruedo y desmotar en el lugar preciso a donde
la guiaban sus incontrolables sentimientos, aquel posiblemente al que planeaba
llegar: a la sastrería de Benjamín. Allí sucedió lo
que los signos le señalaban: se flecharon. En ese juego de relatar y escuchar,
contemporáneas de la época, comentaban que mamá se había
ganado uno de los chorros más apetecidos de la familia Claro Ovallos. En
esta trama, vale decir, que mamá no era ninguna langaruta desaliñada,
pues los registros fotográficos de los años mozos de esta amorosa
mujer, dan cuenta de su donaire y de sus encantos femeninos.
El
matrimonio se celebra en La Labranza, el 27 de mayo de 1944, en un lugar que más
de una pareja de hoy envidiaría, por lo que era la bella casona de La Hacienda
de los Quintero. Una casa decorada con gusto y con finos detalles de la época,
a la que se llegaba por entre una larga callejuela de mandarinos y pomarrosos.
Fueron anfitriones y padrinos de la boda Martín Quintero Pacheco y Lucila
Serpa de Quintero. La celebración del matrimonio estuvo a cargo del cura
párroco de La Playa de Belén, el padre Elberto Sarmiento y según
Emiro Arévalo, uno de los tantos playeros asistentes a esta fiesta, le
referenció a mi hermano Sigifredo, que la ceremonia trascurrió en
medio de las mejores atenciones y pompa de la época. Entre otros, tuvieron
el placer de escuchar una que otra interpretación al piano de Doña
Lucila Serpa de Quintero y un buen número de melodías del repertorio
de la Banda Municipal de La Playa. Escogen
para su luna de miel a la ciudad de Bucaramanga, e inician su viaje en medio de
una cabalgata que los acompaña hasta Chapinero, ubicado al otro lado del
río Algodonal y de allí a Ocaña, en uno de los escasos vehículos
que ya transitaban por la primitiva y escabrosa carretera de la época. En
Ocaña se embarcan en una de las tantas vagonetas del Cable Aéreo,
que los llevó hasta el puerto de Gamarra, a lo largo de 47 kilómetros
y levantado sobre 204 torres con alturas entre 60 y 65 metros, distribuidas de
acuerdo con las condiciones topográficas de las agrestes estribaciones
de la cordillera oriental y de las apacibles llanuras de la "tierra caliente",
como usualmente denominamos esta región en la provincia de Ocaña.
Recorrido que nuestro padre nos describía con lujo de detalles, dada la
diversidad de paisajes a lo largo de la ruta, como también de su particular
destreza narrativa. En Gamarra tomaron tren hasta Bucaramanga, con trasbordo en
el puerto petrolero de Barrancabermeja, donde la espera fue de un par de horas.
Como perla curiosa que nos llama a la reflexión, para el año
de 1934, Colombia contaba con 3.262 kilómetros de líneas férreas
y, guardadas las proporciones de infraestructura, el nivel de este medio de trasporte
era comparado en su momento con el de algunos países del mundo desarrollado.
Para
1950 a esta mujer ya le copaba buena parte de su tiempo cinco hijos: Sigifredo,
Javier, Tarcisio, Orlando y Ana Diva, reconocida y recordada por todos como la
hermana inolvidable. Desde el asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán,
en 1948, el buen ambiente reinante en la provincia se enrarece y se inicia en
el país la época cruenta de la violencia partidista, que en los
años cincuenta produjo horror y espanto en ciudades, pueblos y veredas,
liderada por políticos y gamonales segados por el peor fanatismo político
y religioso, propio de la época. Situación que en algún grado
fue adverso para esta mujer liberal que siempre se ha distinguido por su entusiasmo
partidista y su hablar escueto, sin miedos ni remilgos. Postura política
que le daba trabajo ocultar, a pesar del entorno y de las condiciones del momento.
Ante las circunstancias propias de la contienda y de las noticias y rumores que
cruzaban por todas partes, nuestro padre Manuel Benjamín, en medio de la
inmensa prudencia que siempre lo caracterizó, decidió el traslado
temporal de esta mujer inquieta a la ciudad de Ocaña en 1951, con cuatro
de sus pequeños hijos. Él continúo unos meses más
en La Playa de Belén con Sigifredo, quien para la época contaba
con seis años de edad. Pero por todo lo que significaban para él
sus cinco hijos y esta mujer que hoy homenajeamos, pocos meses después
nuestro padre también se traslada a Ocaña, en donde asume el magisterio
de la docencia en el Colegio San Bernardo, sin abandonar el arte de la sastrería,
la que adelantaba en aquellos espacios que dejaba el ejercicio de maestro y los
que sus hijos le permitían allá en la casa de La Punta del Llano.
La estancia en Ocaña no superó los dos años. Volvimos a La
Playa de Belén y finalizando el año 1953, en un camión mixto,
salimos rumbo a la población de Lourdes, por una carretera tortuosa, construida
en gran parte de su trayecto a través de hondonadas y laderas de montaña,
por donde nos condujo con suma pericia Jesús Emiro Claro Torrado. Por factores
de clima y lejanía, en esta población no alcanzamos a vivir más
del año, dadas las continuas manifestaciones de mamá de volver y
volver. Así las cosas, en diciembre de 1954, y como si fuera una parodia
de gitanos, llegamos con todos nuestros enseres a El Brillante, donde nos acogieron
gratamente por dos meses. Allí nos sacudimos del frío concentrado
que traíamos de las húmedas calles de Lourdes y volvimos a disfrutar
a nuestras anchas del sol característico de nuestra región, como
de las comodidades y atenciones de la abuela Úrsula y de los tíos.
Con el desembarque en La Labranza nuevamente volvimos a ver en mamá un
rostro risueño y optimista, a pesar de su gran barriga y de la proximidad
de un parto bien preñado, que no dio espera por más de quince días
para el nacimiento en diciembre y en tierras labranceñas de dos hermosas
niñas: Rosalba y Torcoroma. Luego de muchas atenciones y cuidados para
su recuperación de la maternidad, nos establecimos nuevamente en La Playa
de Belén a finales de enero de 1955, donde al fin sentamos cabeza
hasta 1972, año en el cual la familia se trasladó a Cúcuta.
Para
los últimos años de la década de los cincuenta, la vida en
La Playa de Belén era llevadera, a pesar de que en varias regiones del
país persistía el estado de violencia bipartidista. Sin embargo,
a los vástagos Claro Peñaranda, que ya volantones asistíamos
a la escuela, nos llamaban con el calificativo de cachiporros, agravio
que alteraba el espíritu beligerante de mamá, quien de inmediato
se trasladaba a la escuela, con sus ímpetus de siempre, a dejar claro y
en tono vehemente las razones de su malestar. En más de una oportunidad
las cosas no se quedaban en la simple queja, pues la muchachada terminaba enganchada
en una que otra riña callejera, que en oportunidades era alentada por uno
que otro adulto, que animaba la situación, pienso, que sobre todo con el
ánimo de salir por un momento del tedio de la desocupación.
En
1954, después de más de 30 años de batallar, las mujeres
de Colombia lograron el derecho al voto y lo ejercieron en las urnas hasta 1957,
cuando se ratificó al adefesio del Frente Nacional, mediante un Plebiscito.
Y reitero la calificación de adefesio, pues con él la clase política
se abraza para engendrar el periodo que llevó al país por el desbarrancadero,
dando origen a la peor corrupción y a la generación de todo tipo
de grupos armados irregulares que han operado por fuera de los parámetros
de la ley. Retomando el tema de la conquista del voto femenino, pocas celebraron
con tanto beneplácito este logro, como "Ursulita", así
la llamaban cariñosamente, quien no pudo resistir la ocasión para
festejar con unos cuantos aguardientes este significativo logro, pues no era para
menos. Desde 1920 muchas mujeres venían librando, fuera y dentro del país,
una batalla totalmente desigual, en épocas en que se afirmaba, que la mujer
sólo se formaba para el matrimonio o para los oficios de Dios, afirmación
que da fe clara del machismo horripilante, vestigio del pasado colonial y de la
ceguera del estamento político y clerical a lo largo del siglo XIX y buena
parte del XX.
Volviendo
a los hijos, para 1962 termina la cosecha, la naturaleza pródiga dijo no
más y Benjamín y Úrsula acogieron esta sentencia recontando
y nombrando una a uno: Ana Diva, Sigifredo, Javier, Tarcisio, Orlando, Cecilia,
Tomás Alberto, Rosalba, Torcoroma, Imelda, Gustavo, Cesar y Yaneth.
Para
mamá siempre fue y ha sido su mayor felicidad, fumarse un cigarrillo, como
también tomarse un aguardiente, pero sobre todas las cosas, sentirse acompañada
de sus hijos y en esos tiempos en La Playa de Belén, estar de cuerpo y
alma en las tocatas esporádicas que se daban en la casa, con melodías
matizadas y alternadas con guitarras, tiple, flauta, clarinete, maracas y en ocasiones
las melodías en la bandola de Don Carlos Rizo, con quien nos unía
una amistad especial. En esas tocatas se repasaban melodías como Hurí,
Cuatro Milpas, Tristezas del Alma, la Loca Margarita o Mazatlán, en la
estupenda voz de Eduardo Coronel y de manera especial y con inmensa nostalgia
recordamos la flauta traversa de papá, que aún nos suena inolvidable.
A
pesar de las limitaciones propias de una vida modesta, edificamos caminos sin
turbias nostalgias. Desde esa dimensión de vida, nuestro hogar estuvo siempre
rodeado de un espíritu alegre y de cosas sencillas, alrededor de la mesa
y del agasajo, por uno u otro motivo. Siempre solidarios frente a cada evento
o necesidad. Disfrutamos las cosas simples: un arroz de leche o unas melcochas
en una tarde de domingo. Desde esa dimensión de lo humano, podemos recordar
la infancia con mamá y papá disfrutando las onces, con apetitosas
batatas acompañadas de queso fresco, allá en Montecitos, en la casa
de Gerardo Álvarez, a quién recordamos con especial afecto.
En
ese cruce de caminos, de años y de circunstancias, entre tantos fugaces
instantes, ocurría que leíamos en los ojos de papá y mamá
horizontes de apertura para cada uno de sus hijos, como también, las angustias,
las frustraciones o la inseguridad que generaba en ellos aquellos años
de tránsito de sus hijos a la adolescencia y a la actividad laboral. Postura
lógica y propia de la época y al entorno de limitaciones en el cual
nos movíamos en esos primeros años, pero la actitud emprendedora
de cada uno fue superior a las circunstancias. Con
todo este entramado ya recreado en unas cuantas páginas, se puede apreciar
en lo narrado, que el recorrido de noventa años se funde en una sumatoria
de muchas vidas, pues quien fuera su compañero de tantas luchas, supo armonizar
con su sabiduría y un amplio sentido de humanidad, todos los sentimientos
que se entrecruzaban en la vida familiar, identificando que pesa más el
todo que el brillo de las individualidades, y tú mamá estás
allí, en ese gran todo que son tus hijos, con Ana Diva a la cabeza, y de
Manuel Benjamín, quien fuera tu compañero y esposo inseparable.
Por eso cada uno de nosotros nos sentimos reconocidos y felices de tenerte a ti
y de continuar recibiendo todos los días la magia espiritual de nuestro
padre. Todos sumamos originalidad, sumamos vida, valores, unión, alegría
y en ese sumar hemos construido un tejido, con las costuras y puntadas iniciadas
en la SASTRERÍA "LA ÚNICA" de estos padres, donde laboraron
incansablemente para levantar con dignidad esta gran parvada. Esperamos que ni
el tiempo, ni las circunstancias, desamarren lo que está construido. Todo
este recorrido y lo que quedó atrás importa mucho, al igual que
estos instantes con quienes nos acompañan en esta celebración y
dentro de los atributos del tiempo, quedará siempre un tramo por transitar
y registrar. Mil gracias. | |