Centro
de Historia de La Playa de Belén | ||
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| El Billar Muchas veces las jornadas de juego superaban las ocho horas corridas. Si digo que en algunas semanas se jugaba todos los días para matar una fiebre sin remedio, no es mentira. Los casados eran asechados por sus gobernadoras: "¡¿Es que no pensás venir a comer, o qué?!". Viendo las escenas me sentía aliviado con mi soltería. ¡Ahhh! "¡A mi que no vengar a joder!" Recuerdo que alguien regodeaba a sabiendas de que su mujer estaba lejos, en Ocaña. Jugué con muchos. Con Erasmo Durán, siempre sonriendo y de buen genio. Con Nando Carrascal, "El Pollo", con su clásico "oríllese que voy a tacar". Con Abelardo Trigos, quien en broma se jactaba de tener plata pero muy poquita. Con Fernel Trigos, con su "hoy si estoy de leche" para darse consuelo cuando no entraba la bola. En fin, un grupo diverso de amigos siempre con la chispa por delante para 'mamarle gallo' al compañero de juego que diera 'papaya'. Sumo los siguientes a los ya mencionados: Manuel Castilla, Toño Castilla, Emel Trigos, Libardo Trigos, Evelio Arenas (el popular "Corneta"), Javier Arenas, Toño "Porras", Alan Durán. "El Pollo" era el mejor. Él fue para Aspasica lo que primo "Piter" fue para La Playa. Nadie le ganaba. Jugábamos más buchácara que billar. Buchácara, porque a todos nos gustaba. Billar, cuando había ambiente para casar un buen chico. Aprendimos a hacer carambolas porque las mesas de buchácara casi siempre estaban ocupadas. "Tocó billar, Abelardo ¡Darío, Bolaaaas!". La cancha de fútbol El sitio no podía ser más insólito para una cancha. En el lomo de un filo muy parecido a una sucesión de uves invertidas. Se rebanó y se rebanó con la hoja de una 'catapila' hasta que más o menos quedó un plan con pinta de cancha. Al oriente, quedó una falda sin fin. Al occidente, otra falda sin fin. Al norte, Pepe, en ese tiempo, y al sur, Las Angelinas, también en ese tiempo. Como mirador, bastante interesante. Verde a donde quiera que se echara el ojo. Sigan las manecillas del reloj: El valle de Aratoque colonizado por prados de cebolla y arrayanes; El Picacho chuzando las nubes para absorber agua; los papamos, negritos y encenillos de La Travesía; el bosque que arropaba el nacedero de La Quinta, el viejo acueducto; El Cementerio con pinos tan viejos como la primera tumba. Entre La Quinta y El Cementerio, los solares inclinados de Los Moros; algo así como solares colgantes, si me permiten. Pues bien, allí jugamos fútbol muchos domingos con barras, ídolos y todo. Cuando la bola se iba por cualquiera de las faldas teníamos tiempo para tomar refrigerio y hacer siesta. ¿Y quien recogía la bola? He ahí el problemita. Al tiempo que la bola bajaba y bajaba al punto de verla como una pelota de tenis, se armaba la discusión. "No jodás, te toca a vos, traéla". "No, la bola salió por culpa tuya, traéla vos". "Yeeeeso". Hasta que todos coincidíamos: "Sí, andá, te toca a vos, no te hagás el pendejo". Cuando volvía el mártir con la bola, si es que la encontraba, apenas llegaba con aliento para seguir de pie. Tengo que hacer un esfuerzo para encontrar una frustración comparable a la que sentíamos todos cuando recién rescatada la bola ésta se iba de nuevo por la falda. ¡Malaya seca! Recordemos algunos jugadores: Yoyo Trigos, hombre bravo con la zurda. Mincho el de Pachita, siempre con la duda de ser arquero o delantero. Emel Trigos, jugador fair play. Miro Carrascal, patón y de buen cañón. Nando Carrascal, "El Pollo", se descachaba seguido pese a sus buenos guayos. Tomas Aquino, amarrador de pelota. Alirio "Múcura", parecía que jugaba, pero no. Álvaro Contreras, se fajaba por las puntas. Beto "Come Pan", uno de los mejores. Las fiestas No creo que haya pueblo en Colombia que no tenga su fiesta anual en homenaje a su patrono o patrona. Por supuesto, Aspasica no es la excepción. Tengo muy buenos recuerdos de aquellos noviembres que pasaron por mi vida mientras subía de talla con mis pantalones cortos y el tradicional copete. La policía femenina es quizá el recuerdo más lejano. Un grupo de damas agraciadas vestidas de manera especial aplicaban en las camisas de los hombres un toque de perfume. Ellos, a cambio, debían pagar un tributo. Fue un sistema de marcación interesante por cuanto bastaba con oler al paciente para saber si había pagado. Algo así como pagar para oler, oler para parrandear. La matanza del gallo siempre me pareció una experiencia dura. El cuerpo de un pobre e indefenso gallo se enterraba vivo en el suelo dejando por fuera su cuello. Luego aparecía un "valiente" participante con los ojos vendados blandiendo una rula. La idea era decapitar el gallo lanzando rulazos al azar. Creo que el gallo se moría primero de infarto. En tiempos más lejanos se parrandeaba exclusivamente con banda. Entiendo que ahora ha vuelto la tradición gracias a la banda de La Playa. La de González fue una banda con mucha fama en La Provincia y la alcanzo a recordar en varias fiestas de Santa Catalina. En las serenatas por las calles del pueblo me gustaba ir al pie la tuba. Me parecía gracioso su sonido y la bola en el cachete del intérprete. Mejor aún la algarabía: ¡Pólvora! ¡Juepa!
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