



PRÓLOGO
Se necesita coraje para desafiar los tortuosos caminos del orden impuesto, desatar las ataduras frente a lo visiblemente incorrecto y hacer caso omiso al descalabro del impostor que busca desequilibrar a quien, sin ansias de pretensión alguna, surge como una estampida en su territorio playero, el lugar que lo vio nacer y en el que disfrutó de los incontables sucesos de una niñez a veces dura, otras veces rebosante de las dulces mieles de la inocencia. Desde allí, se abrió certeramente al mundo del arte musical y literario.
La poesía, que se abre como un ave a punto de desplegar el vuelo, es el encanto que hoy toma nuestro autor para llevar al filo de la cima su palabra. Esa palabra no teme a las alturas y desea ser avistada por todos sus protagonistas, pero también sirve para el disfrute de sus lectores. Ambos encontrarán la calidez de un corazón dispuesto a latir con las palabras, a nacer en cada encuentro con la inspiración.
Hay quienes, bajo un discurso inflado de modernidad, pretenden que el pasado es solo pasado y que debe dejarse atrás para vivir plenamente el presente. Esto puede ser cierto si, al aferrarnos a lo acontecido, no dejamos espacio para el devenir. Sus cuentos y crónicas vigilaban el ayer de manera cuidadosa para que el presente recibiera lo nuevo, haciéndose conscientes de su trayectoria y evitando que se desperdicien las memorias que los representan. Así vemos cómo se construye paso a paso el hombre que engendra poesía desde sus raíces, el arquitecto de su camino, el navegante que dirige su barco creativo por el ancho mar de la literatura.
“Las puertas del paraíso”, desarraigando paradigmas, acoge a nuestro escritor en esa transición entre lo que se busca y lo que se encuentra. Estas contrariedades le valieron el segundo lugar en el Concurso Nacional de Cuento, Ciudad de Barrancabermeja 1983. Este relato es una apología a su sueño más anhelado: avivar la existencia en el cuerpo de un caballo, altivo, grácil y libre, encantos que se quiebran literalmente en una metamorfosis limitada por el espacio, la angustia y la rutina que durante muchos años acompañaron a Adrián, personaje que claramente encarna a Jesús Alonso Velásquez. La historia parte de un amor que está más allá de su alcance, apoderándose de él. El desencanto, la frustración, la desesperación y la desilusión se entrelazan en el relato, posicionando el desamor frente a la injusticia social en un solo renglón, mostrándonos cómo una cosa conecta con la otra y cómo todo parece haberse escrito con una sola tinta.
Así, el nombre de esta recopilación de escritos, **“Las puertas del paraíso”**, tiene una connotación libre: esos instantes en los que no puede faltar el amor hacia quienes ama, sus hijos, nietos, esposa y amigos, la entrañable conexión con su terruño, el homenaje a quienes deshabitaron sus cuerpos para volverse universo, el reconocimiento de los momentos donde lo cotidiano marcó la pauta para grandes logros, la inevitable admiración por la naturaleza y su suelo fecundo, y la reconciliación sentida desde una carta. Es casi imposible no sentir admiración por quien no desperdició el mundo que le correspondió, para leer en la plenitud de la noche o en la esplendidez del día, cada una de sus líneas, aquellas que pasaban frente a sus ojos con comas y puntos bien puestos, las mismas que convirtieron cada acontecer en una página para ser deletreada con avidez y entusiasmo. Plasmando lo sentido sin palabras rebuscadas, animándole a pensar por sí mismo, tal como lo manifiesta el profesor Keating, personaje interpretado por Robin Williams (q.e.p.d.) en la película “La sociedad de los poetas muertos”, quien enfatiza la importancia de hacer una poesía que vaya más allá de las fórmulas, ya que quienes la escriben deben ser seres llenos de pasión. La poesía, la belleza, el romance y el amor son las cosas por las que uno vive. La vida es una obra poderosa; aunque el viento sople en contra, sigue, y cada uno puede aportar su propio verso.
He aquí ese verso de Jesús Alonso Velásquez, un aporte valioso para quienes tengan el placer de leerlo y descubrir en él no solo el sentir del autor, sino también la posibilidad de encontrar implícitas otras memorias de hombres y mujeres que, habiendo habitado otros lugares, parecen cercanas a estos relatos. Todo ello a través de la inspiración cuidadosa del autor, que permite identificarse con lo vivido y contado en este libro.
Somos lo que hemos vivido o lo que hemos hecho con nuestras vidas; uno u otro está a su disposición en esta obra, porque aquí se refleja la clara transparencia de un hombre que, por su indiscutible búsqueda de la sencillez, sabe poner como pocos lo hacen, distancia entre lo que lee, lo que escucha y lo que produce.
A pesar de su admiración por Shakespeare y sus permanentes lecturas, conoció la Atenas de Aquiles, Héctor, Menelao, París, Odiseo a través de la *Ilíada* de Homero, literatura de gran valor, o la magia que suscitaba la radio en su época de niñez, donde conoció a Arandú, el príncipe de la selva, o Kalimán, superhéroes que lo cautivaron de manera única, supo siempre reconocer la profundidad del pensamiento diverso, pero asumió con contundencia su propio estilo. A pesar de pertenecer a un sistema diseñado para controlar, un sistema que nos empuja al arribismo, a la intolerancia y al desprecio del otro por no pensar igual que nosotros, un sistema que desconoce la otredad—situaciones de las que no escapan los artistas—, para Jesús Alonso Velásquez este panorama no se aplica. Él se escapa sin reparos de estos cánones, pues sabe que para ser artista de nada sirve crear obras magistrales si estas no están impregnadas de humanismo. Sabe que en el ámbito cultural los artistas son clasificados según el capricho de las élites artísticas del momento y también lo definen aquellos que la academia sume en lo estrictamente establecido, puestos en una línea sin retorno, dictamen ácido para sus gustos tan dulces.
Aquí tienen su palabra abierta, franca, sincera, lista para que cada uno subraye a su manera, cuáles son los momentos en los que el alma vibra estremecida por la figura al otro lado de la palabra de Jesús Alonso Velásquez. En ellos puedes advertir muchas veces tu propio reflejo, ese que sin duda te ha costado entender, pero que dicho o, mejor dicho, escrito de esta manera, encaja perfectamente en el espacio de tus dudas.
BEXY AMPARO MENDOZA CUADROS Lic. En arte dramático y poetisa – Ocaña (N. de S.)




“Canto a mi vereda” (Jorge Veloza), “Arenas de La Playa” (Ramón Melo Pérez y
“Volverán”, balada de la cantante española “MASSIEL”.







Lic. Teresa Claro Ovallos.

Lic. Octaviano Tarazona Ramírez.


Diego Alonso Velásquez .




Fabio Bermúdez Arévalo



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